"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos" | SURda |
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13-04-2015 |
Eduardo
No seré quien escriba –ahora o en el futuro- acerca de la relevancia del escritor de “Las venas abiertas de América Latina” o “Memorias de fuego” . Sí, para resaltar algunos hechos –muchos de ellos, poco conocidos- de los que doy fe en que no me falla la memoria.
Cuando éramos adolescentes nos conocimos en Casa del Pueblo. Él, un año y pico menor, era el compañero de Silvia Brando, amiga de mi infancia y madre de sus hijos mayores. Pronto compartimos tertulias riquísimas en la casa de Enrique Broquen en la Plaza Matriz, o charlas de Vivian Trías, donde un núcleo reducido de jóvenes nos formábamos en filosofía y en ciencias sociales. Por ese tiempo, era caricaturista de “El Sol” y estrecho colaborador del compañero y amigo de toda su vida, Guillermo Chifflet. Firmaba “Gius”, así como se pronuncia su primer apellido, que pronto dio paso al de su madre, Galeano, siendo uno de los primeros en escoger el materno.
Compartíamos posiciones en la lucha de tendencias en el Partido Socialista de los años 50 y 60. En una reunión de la “izquierda” marxista, cuestionadora de la socialdemocracia orientada por Emilio Frugoni, concluimos en la necesidad de presentar una plancha de nombres para la dirección partidaria, y uno de los acordados era el suyo, sin que él participara de la decisión. Me encomendaron que hablara para su aprobación. Su respuesta fue categórica: “déjenme en lo mío, la literatura, donde participo como militante; yo no sirvo para la acción política directa”, palabras más, palabras menos. Una elección de vida, valorando con talento sus características, consciente que no todos los humanos servimos para las mismas actividades.
Nos dejamos de ver en la segunda década de los 60, pues nuestros caminos se abrieron, no así los objetivos compartidos desde la adolescencia. Entre las acciones destacadas de Eduardo, vale mencionar su condición de ser de los primeros socios de la Fundación Vivian Trías y donante de un premio para la adquisición de su sede.
Pocas veces nos vimos hasta la renuncia de Guillermo Chifflet. Allí, hablamos más de una vez, y allí sí, participó en un par de reuniones, contrariando su retiro de la acción política concreta, fiel al compañero, al amigo. Nos indignamos, bromeamos y fuimos concretos, sin pérdida de tiempo.
Poco después, un joven brasileño, conocedor de mi relación, me insistió hasta el cansancio que se conocían muy bien, y me pidió que los conectara. Telefonee a Eduardo, me dijo no conocerlo, y me explicó que no era extraño que muchos oportunistas quisieran utilizarlo para fines oscuros o para alguna foto a usar sin saber muy bien para qué. Me dijo que sólo el retiro de las actividades concretas, salvo excepciones, le permitía leer, pensar, escribir.
El Uruguay bajo gobiernos de Vázquez tiene una doble deuda de gratitud hacia él. Cuando asumió la presidencia el primer aborigen de Nuestra América, Evo Morales, el único presidente sudamericano ausente fue el de Uruguay, hecho que los bolivianos registran con dolor. Sin embargo, en el estrado, junto a Evo Morales y Álvaro García Linera, estuvo la voz pausada y potente de Eduardo, para trasmitir desde Uruguay el pensamiento y la acción nuestro-americana, de definición antiimperialista y socialista, hecho que los bolivianos registran con orgullo y alegría. La segunda, ya muy enfermo, recibió en su casa a Evo, poco antes de la segunda asunción de Vázquez, esforzándose otra vez, por trasmitir esos valores, en nombre del Uruguay no oficial, del Uruguay de izquierda. Gracias Eduardo, tus viejos compañeros te recuerdan y las futuras generaciones aprenderán de ti. Hasta siempre.
Julio A. Louis
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